Clase de inicio

domingo, 26 de junio de 2016

Concurso de relato breve conmemorativo por el natalicio de Jorge Calvetti

ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS
Incorporación del nuevo académico Jorge Calvetti. Su discurso.
Fuente: Jorge Calvetti, (2006) Obras completas, Ed. Cuadernos del Duende. pág. 329 a 342.
"Pequeño e imperfecto como soy, para mí todo lo que siento es real, todo lo que imagino es real, todo lo que sueño es real"
Ricardo Sáenz Hayes


Una tradición de esta honorable cada indica que quien se incorpora a ella debe honrar al Patrono del sillón académico que se le ha asignado y al miembro de número que le precedió en ese sitial.
En mi caso, a Juan María Gutiérrez y a Eduardo Mallea, dos magnas encarnaciones del espíritu de nuestra tierra.
No voy a hacer el estudio crítico ni el razonado encomio de ellos. Mis opiniones acerca de la personalidad de ambos no agregarían nada a lo que todos sabemos: que Juan María Gutiérrez fue el talento más brillante y genuino —"si no el más genial" dice Groussac,— de nuestro primer siglo y que Menéndez y Pelayo lo definió como "el más completo hombre de letras" de la Argentina.
Sabemos también que su renuncia a la dignidad con que la Real Academia Española le honró al designarlo miembro correspondiente, fundada en que no podía aspirar a "fijar" la pureza y elegancia del Idioma español ello Implicaba intentar la "inmovilidad" de la lengua nacional — en plena formación y evolución— me parece absolutamente justificada.
T.S. Eliot desde la altura de su pensamiento avala lo que voy a decir con su tesis de que "el presente puede alterar el pasado". Ciertamente es así. El tiempo ha puesto en su lugar y por tanto confirmado la legitimidad de las convicciones de Juan María Gutiérrez y hoy, a 110 años de aquella renuncia, podemos afirmar que la existencia de "Recuerdos de Provincia", de "Facundo" y agregó yo, del "Martín Fierro", representan —como muy bien lo observó Lugones— la tentativa lograda de hacer literatura argentina, que es decir Patria, puesto que Patria consiste ante todo, en la formación de un espíritu nacional, cuya exterioridad sensible es el idioma.
Acerca de Eduardo Mallea sólo puedo decir que aspiro a ser el hombre justo con el cual él alguna vez soñó y del que habla en su libro "Papeles Privados"; ese hombre que lo vio desde la oscuridad y adelantó los pasos necesarios para decir honesta y verídicamente lo que él fue: un alma poderosa, un ser que vivió con desgarrada intensidad el destino de su Patria y que jamás —lo digo con sus palabras— ; jamás se sintió superior a la digna lucha por ser un hombre capaz de abrir la puerta para encontrar ahí al otro hombre común que está llamando".
No puedo ser solemne. Siempre he huido con terror de la solemnidad y de la frivolidad. Prefiero narrarles, acerca de Juan María Gutiérrez y de Eduardo Mallea, algo que tal vez resulte significativo o sencillamente expresivo de mi relación con ellos.
Seguramente alguien reaccionará ante lo que voy a referir con una expresión cómoda que lo liberará de toda complicación, diciendo: ¡qué casualidad!
Yo no creo en las casualidades. Siempre me ha resultado fácil hallar de modo natural y espontáneo, una interpretación para estos como para otros sucesos dé mi vida.
El 10 de mayo de 1984 llegó a mi casa, caída ya la tarde, un empleado de esta corporación trayendo la nota con la que se me informaba que había sido designado miembro de número. Mi esposa me propuso que celebráramos del mejor modo la designación. Somos personas de hábitos moderados. Le respondí: "mañana iremos a almorzar por aquí cerca — vivimos en el barrio de la Recoleta — y luego iremos al cine. Al día siguiente la insté a que saliéramos temprano porque, si había mucha gente en el restaurante, podíamos perder el comienzo del film.
Al llegar al lugar elegido, comprobamos con asombro que éramos los únicos comensales. Nada dije, pero para mí, todo había cambiado, todo se había transformado.
Ese edificio cuya antigüedad los adornos procuraban disimular, esa casa, esa barca, esa nave del tiempo estaba —así lo sentí— surcando las aguas de otro mundo. O nosotros éramos dos fantasmas que nos acercábamos a lo real visible o ella y yo éramos realmente nosotros y todos cuantos nos atendían, mozo, maitre, otro mozo, eran solícitos fantasmas que actuaban obedeciendo un mandato... ¿de quién?
Al salir, ya en la vereda, comprobé que era muy temprano y lo dije. Lea, mi mujer, respondió: "Entonces podemos ir al cementerio. Le llevaremos flores a Cota". La acompañé, como lo habíamos hecho tantas veces, porque Cota fue su tía más querida.
Cumplido el acto devoto miré alrededor y murmuré: "Hace años que venimos aquí y nunca hemos visto a quién se honra con esa enorme corona de laureles, ¿vamos a verlo? Caminamos los ocho pasos que nos separaban de la corona y leímos esta inscripción: "Juan María Gutiérrez 1809-1878". Nos miramos estremecidos. Pensé: la nave del tiempo nos ha traído hasta aquí porque don Juan María Gutiérrez me ha convocado. Interpreté el caso como una actitud de protección, de aquiescencia del prócer hacia mí.
Olvidamos todos los proyectos y caminamos largamente orillando el misterio.
Acepto la sonrisa con que puede recibirse mi relato y mi interpretación del suceso pero, ¿por qué voy a buscar otra si para mí esta es la válida?
Respecto de Mallea les digo que tras unos años de residencia en Jujuy — siempre he vivido a caballo sobre el país, con un pie aquí y el otro en la provincia — vine a trabajar en una empresa norteamericana.
Allí mi compañero de escritorio, un joven estadounidense recién llegado, me dijo que era amigo de Mallea y me instó a que lo visitara y que le llevara un poema.
Juzgué atinada su idea ¿por qué no hacerlo? Con aupadas esperanzas fui a verlo. Me recibió con cortesía convencional pero cuando le dije que venía de Jujuy, más exactamente, de la Quebrada de Humahuaca, se transfiguró. Con simpatía, me atrevería a decir que con sincera alegría, exclamó: ¡Viene desde tan lejos con un poema! Lo leyó, le gustó y lo publicó enseguida.
¡Cómo no habría de ser así! Era exactamente la época en que estaba escribiendo "La vida blanca", obra en la cual se refiere al país interior con estas palabras: "Ese país que se refugia en lo íntimo de nuestra tierra y que no tiene región geográfica sino espiritual".
Por Eduardo Mallea publiqué por primera vez un trabajo. Él fue — como lo he manifestado ya — "el hombre capaz de abrir la puerta para encontrar ahí al otro hombre común que está llamando".
Yo llamé y él abrió la puerta y de su mano me inicié en el mundo de la literatura del que no salí más.
Sólo me resta dejar aquí el testimonio de mi admiración a su persona y a su obra, y decir que me honra ocupar el sitial que él honró con su presencia.
Es norma de esta casa, también, que quien se incorpora pronuncie un discurso de aceptación.
Durante el espacio tiempo que ha abarcado mi vida hasta hoy, me han ocurrido hechos, sucesos, tal vez acontecimientos que —para calificarlos de algún modo— diré que fueron, que son extraños.
Mi discurso de Incorporación —si puedo llamarlo así— consistirá en el breve relato de algunos de ellos. Quizá después de haberme escuchado, quienes hayan leído mis poemas y mis cuentos, los comprenderán mejor y justificarán mi actitud frente al arte y frente a la vida, actitud que es una y la misma. Y quiénes no me han conocido hasta hoy ni en letras ni en persona, tendrán —a partir de este momento— una imagen aproximativa acerca de quién soy.
Todo poema implica una poética. Tácitamente su autor al publicarlo dice: ésta es mi concepción de la poesía, por eso escribo así. Y toda su obra, poemas, cuentos, novelas, ensayos, en conjunto, puede configurar y tal vez definir, la visión del mundo del autor (si es que la tiene).
He dicho todo esto, adrede, porque voy a confesarme ante ustedes.
Nací en la ciudad de Jujuy cuando de cada cien recién nacidos morían ochenta y cinco. Antes de que yo naciera, mis padres habían perdido dos hijos con un mal que luego habría de llamarse fiebre tifoidea. Cuando los médicos verificaron en mí los mismos síntomas de la enfermedad de mis hermanos, se lo comunicaron a mi madre. Ella me llevó inmediatamente a Maimará. Sin saberlo, con esa determinación me salvó, porqué en vez del agua contaminada de la ciudad, en mi pueblo bebí el agua que surgía purísima de un manantial situado al otro lado del río, agua que un peón traía diariamente en grandes noques, a lomo de mula.
Les recuerdo que en el monte Helicón, en Grecia, existe una fuente llamada Hipocrene, que brotó de la huella de una pisada de Pegaso —de allí su nombre— fuente consagrada a las musas; por eso —dice la leyenda— sus aguas daban inspiración poética a quien las bebiera. Ese manantial fue mi Hipocrene y seguí bebiendo de sus aguas hasta que una creciente lo cegó para siempre.
Como las aguas de Maimará me salvaron, digo desde entonces que yo he nacido o renacido en ese pueblo que demostró amarme y que yo amo.
Algunos días del invierno —estación del año en que nací— Maimará amanece cubierto por nubes que bajan demasiado y se asientan en el valle. A medida que los rayos del sol van encendiendo los colores de las alturas del poniente, las nubes desaparecen; se pueden ver surgir entonces, arrebujado, al pueblo que se despereza y se levanta.
Ver, contemplar esa transformación, ese paso de la sombra a la luz, siempre me ha hecho evocar el paso de mi conciencia desde la oscuridad del no saber hasta la claridad que es el conocimiento. Tengo la certeza de que he nacido durante esas horas en que las nubes, o una espesa niebla nos separa del cielo; porque el afán de conocimiento, la voluntad de aprender, de saber, con que he procurado limpiar mi alma de confusión, si bien me esclarecían por momentos, en muchas ocasiones han tropezado con una barrera infranqueable constituida —justamente— por densas nubes, por un denso círculo de misterio que ha rodeado mi existencia desde siempre. Círculo de misterio, fuerza oculta o desconocida energía que ha obrado en mí de modo tan claro y flagrante que jamás me permitió ser o hacer lo que yo quise sino lo que Alguien —con mayúscula— quiso que fuera. Tal vez esta conversación que tengo con ustedes me permitirá —¡Dios lo quiera!— situarme en mí realidad, acercarme al hombre que soy, lucha desesperada a la que dediqué mi vida, porque muy joven leí y escuché con el alma el mandato de Píndaro: "Llega a ser el que eres", o, en otra versión: "Sé el que eres".
Y voy a los sucedidos.
Un día vino a visitar a mi padre un amigo suyo. Debía viajar a Buenos Aires y le pidió que tuviéramos en nuestra casa a su perro, mientras durara su ausencia. Nos entusiasmó la idea. Bajamos a Jujuy y regresamos con el perro, un bullterrier blanco con manchas grises que se convirtió, desde su llegada, en el compañero de nuestras correrías. Poco acostumbrado a andar en los cerros, se espinaba con frecuencia y allí iba yo a extraerle las huella de su paso entre pencas, amaras y cardones, pequeños y grandes. Yo tendría cinco años de edad. Tal vez seis.
Una tarde llegaron a visitarnos unos veraneantes porteños, que se hospedaban en el hotel del pueblo. Para agasajarlos, para complacerlos ensillamos los caballos y fuimos al río, nuestra diversión predilecta: Yo llevaba en ancas de mi animal, a un chico de apellido Funes. Mi primera recomendación fue que no mirara el agua porque se iba a marear; pero como a esa edad hacemos lo que no debemos hacer o lo que nos dicen que no debemos hacer, Funes miró el agua que huía, hasta que se mareó y comenzó a caer. Yo sentí que me arrastraba en su caída. Le pedí que se aferrara a la montura que — con la cincha bien ajustada— ofrecía más firmeza que mi asustada humanidad. No lo hizo y empezó a deslizarse hacia el agua. Desesperadamente logró asirse de mi pie y sostenerse, pero el agua de los ríos de montaña tiene mucha fuerza v yo también, de tanto mirar a mi amigo, comencé a marearme.
No por atajos de la imaginación, sino por el real del recuerdo, voy hacia remotos campos de la memoria y evoco esos momentos.
¿Quién, sino Dios, pudo inspirarme entonces que llamara al perro? cuando recobré el conocimiento, vi a mi madre llorando, rodeada por sus amigas y al cura del pueblo —pues había habían llamado al cura —, que, sosteniéndome de los tobillos me sacudía para que yo arrojara el agua que había tragado. Después me contaron todo. El ánima!, en su afán por sacarme del río, me había roto el saco en una manga y en un hombro, luego trató de asirme del botín y así —a fuerza de dientes — pudo arrastrarme hasta el hinchado lomo de la playa. Luego volvió al río y como no podía repetir la hazaña con Funes que era mayor que yo y más pesado, nadando puso su lomo bajo el mentón del muchacho y le sostuvo así hasta que, al expandirse el cauce, Funes quedó de rodillas y pudo salir también a la playa.
Al fin del verano, cuando llegamos a casa de su dueño para devolverlo, el perrito me olvidó, saltó feliz, felicísimo y corrió por todas partes y enloqueció con, saltos y lengüetazos a cada uno de los que aparecía y él reconocía de inmediato. Con él aprendí —lo pienso ahora— que los héroes verdaderos no viven del agradecimiento sino en conformidad con su destino; esa tarde me despedí para siempre de un ser que me había salvado la vida. Con él aprendí que mi existencia — nuestra existencia— puede estar, en cualquier momento, en manos de un animal, de una planta, de una piedra, de ángeles que Dios pone a nuestro lado para que la vida de quien debe vivir prosiga y el destino que debe cumplirse se cumpla.
Dilthey afirmó que la vida es "una misteriosa trama de azar, carácter y destino". Creo también que existen seres predestinados, seres que avanzan con pasos seguros — seguridad que no llega a su conciencia— que avanzan, digo, inexorablemente hacia un destino que ya está previsto, decidido.
A los 6 años vine a Buenos Aires a estudiar. Ingresé como alumno interno en el Colegio San José, un establecimiento dirigido por los Padres Bayoneses de Sagrado Corazón de Bhetarram, colegio del que egresé años después con el título de bachiller.
Los únicos profesores que tuve en mi vida de estudiante fueron esos sacerdotes. Todos eran franceses, pero tan acriollados y tan nobles y sabios que me emociona recordarlos.
Ningún elogio puede alcanzar la dimensión de mi gratitud hacia ellos. Los padres Sartbou, Móurie, Grangé,Labourie, Bergeret Láfont, Laulhé, Agustón, Ghitou, Knutz, Oxíbar, Touyaret, y el más querido de todos, Luisíto Amiel, que después fue designado Patriarca de Jerusalem.
¡Qué alegría poder nombrarlos! En este momento tan importante de mi vida, con toda humildad y cariño les digo nuevamente gracias.
En ese colegio conocí a Juan Bautista Bioy, que habría de ser mi amigo de toda la vida. Nos confesamos y reconocimos poetas a los once años. Vivíamos para la literatura. Adolfo Bioy Casares, primo hermano de mi amigo, con la generosidad y la bondad que todos lo reconocemos, nos presentó a los más grandes escritores del país.
De este modo, a los 15 años Cabito Bioy y yo tomábamos el té en el Richmond de Florida con Borges, Fernández Moreno, Alfonsina Storní, Enrique Amorin y otros. Que esto pudiera ocurrirle a un joven escritor de aquí era posible y hasta probable, pero que fuera protagonista de esos verdaderos acontecimientos un jovencito nacido a 1.700 km. de esta capital, bordea lo increíble.
Tuve maestros. El primero de todos, mi padre. Su libro de cabecera era — en aquel tiempo — "El jardín de Epicuro", de Anatole France, lo que me revela que, de acuerdo con la época, estaba, como diríamos ahora "aggiornado". Mi padre me dio la mejor de las lecciones: el ejemplo de su vida Como quería Kipling, el miró al triunfo y al desastre corno a dos impostores; fue un político de gran actuación a la que no quiero referirme aquí. Sólo diré que vivió para el país y no del país. Y que lo tengo en mi corazón como una imagen representativa de la antigua dignidad argentina.
Luego, los escritores que me guiaron desde mi adolescencia, Borges, Macedonio Fernández, Mastronardi, Conrado Nalé Roxío, Luis Emilio Soto, González Lanuza y tantos otros. Todos me enriquecieron con sus consejos, con sus obras y sobre todo con su amistad me enseñaron el manejo del verso y me acercaron a grandes panoramas de la literatura del mundo.
Desde los quince años de mi edad procuré profundizar en el conocimiento de esas literaturas y perfeccionarme a través del estudio para acrecentar el contenido de mi propia personalidad. Aprendí un moderado latín en los cursos de Cultura Católica, aunque pienso ahora (lo digo entre paréntesis) que si bien los Cursos me sirvieron para apreciar mejor a Virgilio y a Horacio, fueron utilísimos porque allí pude conocer y tratar a Bernárdez, a Marechal, a Bruno Jacovella y a Jacbbo Fijman, que estudiaba, Patrística y Patrología.
Todos me ayudaron a dominar mi instrumento verbal, pero, lo reconozco, no me enseñaron a estar en el mundo ni una manera de ver el mundo. Esto fue siempre mío, intransferiblemente mío. Aquí conviene recordar que Flaubert dijo: "Estilo es una manera de ver".
Nunca le pedí nada al mundo ni esperé nada de él. No busqué concursos, premios, ediciones, ni publicaciones. Todas las cosas me llegaron inesperadamente, como esta misma designación. Tengo que confesarles que he vivido hasta hoy, con la certeza de que cuanto me ocurría, me ocurría porque ya estaba dispuesto. Insisto. Todo está dispuesto, decidido.
Para vivir me ha bastado no olvidar lo que se me enseñó desde que nací: que se debe vivir para el honor más que para los honores y que el prójimo es —debe ser— nuestro costado más sensible.
Por eso me preocupa y lo digo aquí, porque es aquí dónde debo decidirlo, me preocupa, y me entristece, ver a colegas que se molestan y hasta se indignan porque nos los incluyeron en una antología, porque no obtuvieron tal premio, porque rio les reconocieron ¡hasta ahora y debidamente! los méritos de su obra. Pienso que toda esa preocupación, esa desesperación, es vana. Lo dice el Eclesiastés: "No es de los ligeros la carrera".
Una expresión de la gente de mi pueblo me justificará del todo, "la taba está en el aire". Dentro de 50 años, el tiempo, el gran antólogo, habrá elegido a quienes deberá recordarse y los demás yaceremos en un justo olvido, "la taba está en el aire". Lo cierto es que, para el destino de la obra, el presente es anécdota y anécdota menor, inferior.
Un día leí en una revista literaria mejicana: "El hijo pródigo", un magnífico ensayo del poeta inglés A. E. Housman titulado "Nombre y naturaleza de la poesía". Me sorprendió en ese trabajo un obiter dictum de su autor. Dice por ahí: "Unas cuantas páginas de Conventry Patmore contienen todo lo valioso que se haya escrito en estos asuntos". (Se trataba del "artificio de la versificación"). Con ansiedad fui inmediatamente a visitar a Borges para preguntarle si tenía libros de Conventry Patmore o él conocía ese ensayo sobre la versificación. Me respondió que no y agregó — esta es una respuesta digna del recuerdo—: "No, no he leído ese ensayo, no lo conozco pero le voy a dar la dirección de un amigo mío que es el hombre que conoce más y sabe más literatura inglesa en nuestro país”. Yo anoté: Xul Solar, dirección y teléfono. Llamé a Xul de parte de Borges. Me contestó que me esperaba esa noche a las 21. Al llegar, bastante asustado por algunos detalles de la casa: un piano con tres teclados, tapices larguísimos que pendían del techo, ojos pintados que me miraban desde todas las puertas, le pregunté sobre Patmore. Xul Solar tampoco conocía aquel trabajo sobre versificación. En cambio, conocía muchas cosas dé éste y de otros mundos.
Conversamos toda la noche. Conocer a Xul Solar constituyó el más intenso deslumbramiento de mi conciencia. Xul fue el hombre más sabio y bondadoso que he conocido. Esa noche, después de haber conversado de todo lo divino y humano, me acompañó, a las 7 de la mañana, hasta plaza Once donde yo debía tomar el tren, pues vivía en aquel tiempo en Haedo. A partir de entonces fui su discípulo mientras viví en Bs. As. Con él aprendí astrología, lo que es importante. Baudelaire quería —para componer castamente algunos de sus poemas —, "acostarse cerca del cielo, como los astrólogos".
Aprendí, también, un poco; de neo-criollo, algo de la Pan Lengua y del Pan Juego y enseñanzas ocultas que me han guiado hasta hoy, por ejemplo, las palabras que debo pronunciar con unción antes de escribir una línea, para abrir la posibilidad de que el Santo Espíritu me ilumine. Me transmitió también algo de la concepción órfica del universo. En fin, me enseñó cuanto yo pude aprender de su sabiduría hasta que tuve que volver a Jujuy.
Alejarme de Xul fue la pérdida más grande que sufrí hasta ese momento de mi vida. Hacíamos ejercicios de meditación y leíamos poesía. Como dominaba a la perfección el inglés y el alemán además del francés y el italiano y en sus últimos años también el ruso, pudo acercarme a otras culturas, a otros mundos mentales.
Xul encarna uno de los recuerdos más hermosos de mi vida y constantemente le rindo en secreto mi homenaje.
Me fui a Jujuy. Allí empecé a trabajar en compra y venta de ganado. Puede parecer, éste, un cambio demasiado brusco —de Xul Solar a Maimará—, pero es una muestra de lo que llega a hacer la vida con un hombre.
Si la vida fuera sólo lo que vemos y lo que imaginamos, sería poca cosa. Quiero transmitirles esta convicción, esta certeza, en un acto de confianza. Es una verdad de mi vida y la manifiesto así, llanamente; porque el Dante me enseñó; desde el Canto XVII de su Paradiso que "no puedo ser un tímido, un cobarde amigo de mi verdad". Debo expresarla y defenderla puesto que la siento como mi verdad. Evoco una afirmación de San Bernardo. "Tiene muy poco espíritu quien no cree en el espíritu". Yo creo en el Espíritu y en los espíritus. Creo que todo el espacio que media entre la tierra y el cielo está habitado, y que somos seres predestinados, a quienes nos ocurrirá lo que debe ocurrimos, siempre que no nos traicionemos.
Toda mi vida quise ser un poeta. Viví siempre con esa aspiración, no me importó tanto publicar sino escribir y vivar como poeta. Esa determinación hizo que yo aceptara — cada día más consciente — pagar el altísimo precio de ser considerado por muchos de cuanto me conocieron y trataron, como un inocente, cándido, ingenuo antes que uno soto de ellos pudiera pensar — ni por un segundo — yo era un "vivo" entre comillas, un falso, un ambicioso, un trepador, un ávido. Creo, también, que por eso, hasta hoy, las palabras no me han sido negadas.
Charles Peguy escribió un poema titulado "El Huésped" en el cual Dios habla a los hombres y les dice:
"Sois así, os conozco.
Haréis todo por mí, excepto darme ese poco de abandono
que es todo para mí.
En fin, sed como un hombre
que está en una embarcación en el rio
y no rema todo el tiempo
y que a veces se deja llevar por el correr del agua".

Eso he hecho yo con mi vida. Me entregué al correr del agua. Literalmente, me entregué a la Providencia.
Trabajé ocho años en Jujuy en esa actividad de compra y venta de ganado. Después me fui a Salta como administrador de un establecimiento agropecuario. Allí viví cuatro años más. Para estos menesteres era necesario viajar. Por ello recorrí a caballo Catamarca, Salta y Jujuy hasta Bolivia. Dura vida por duros caminos. En los incontables viajes llevaba en mi alforja, junto con mi avío, junto con mi comida, mis cuadernos con los poemas y los cuentos que estaba escribiendo y siempre, en algún momento de reposo y aun viajando, recordaba que 70 años antes había hecho otro tanto —y por los mismos caminos— Paul Groussac, quien alternó durante varios años sus funciones de inspector de escuelas con las de arriero de muías y caballos "por las provincias argentinas y bolivianas" según lo refiere su ilustre biógrafo, Alfonso de Laferrere, ex miembro de número de esta Academia.
Quiero, afirmarme en algunas certezas cuya mención viene a cuento.
Constituiría una manifiesta ligereza considerar que los viajes de Groussac a la Argentina, de Fernández Moreno a España, o de Witold Gombrowicz a nuestro país, para no citar más, pudieron ser "casuales". Su destino los trajo y los llevó. Es lo cierto.
Cuando llegué a Jujuy y comencé a trabajar, me desprendí del mundo conocido hasta entonces. No existía para mi otra cosa que mi tierra. Olvide mujer, ciudad, libros. La mujer para mí, en esa época, fue mí tierra, y me dediqué a conquistarla porque percibo que la tierra, como la mujer, no es de quien la tiene sino de quien la conquistadlo digo a la sombra de don Juan Carlos Dávalos, que lo supo muy bien.
"No estoy tan perdido en la lexicografía como para olvidar que las palabras son hijas de la tierra y las cosas son hijas de) cielo", enseñó el doctor Samuel Johnson.
En esa frase pueden encontrar una clave para comprenderme, para interpretarme. Siempre he querido ver todo, conocer todo, comprenderlo todo, amarlo todo.
En esa propensión a sumirme en las cosas, en la Naturaleza, en el conocimiento inocente de la realidad, deben hallar ustedes una manera de justificar la mitad de mi vida errando por los campos del noroeste de nuestra Patria y la otra mitad errando por todos los caminos de mi memoria, de mis nostalgias y de mis añoranzas.
En las campañas de Jujuy y de Salta viven unos gauchos a los que se les llama "campeadores". Su ocupación es campear la hacienda de las viudas, de los ancianos, de quienes no pueden cuidarla personalmente por diversas razones. Esos gauchos conocen todas las marcas y las tropas del ganado de la región. Recorren los campos, se internan en el monte, bajan hasta los valles y suben las serranías, revisando la hacienda de aquellos para quienes trabajan. A su regreso dan cuenta de todo lo observado: tal novillo se desbarrancó, tal vaca se ha lastimado y la herida está empichada, tal ternero está enteco.
Entonces los propietarios del ganado van a visitar a quien puede curarlos. Entre tantos que me han contado, el caso que yo comprobé personalmente ocurrió en La Silleta. Allí visitaban a don Natividad Guarí. Este les pedía todos los detalles posibles del animal enfermo para grabárselo en la mente, para como identificarlo, y respondía: "vuelva la semana que viene". Transcurrido el tiempo indicado don Natividad informaba: "La vaca está curada", el ternero se va a salvar, suerte que me avisó a tiempo.
Les digo: Don Natividad, cuando lo conocí, tendría por lo menos 85 años; sabía curar el ganado enfermo a la distancia, lo comprobaban a diario todos los habitantes de La Silleta, y nadie demostró jamás asombro ni sorpresa por ello, sino una profunda gratitud y cariño hacia el anciano. Quiero precisar conceptos. Don Natividad Guarí cura animales a la distancia y el pueblo no se sorprende, no se asombra, porque sabe, con sabiduría ancestral, que todo es posible, y que lo maravilloso puede aparecer al lado suyo, en cualquier momento.
Este saber de la gente del pueblo, de esos paisanos semialfabetos, me interesa porque importa para mi comprensión del mundo que me rodea. El tema fue una constante preocupación, pero no había encontrado, hasta hace pocos años, ninguna manifestación, de alguien a quien le interesara este conocimiento como a mí. Soy omnívoro para mis lecturas, tal vez por eso, un día encontré a alguien que había cargado también con la misma preocupación, pero que pudo expresarla con justas,  exactas, palabras. Fue en una novela de Jorge Amado: "La tienda de los milagros". Un personaje, le dice a otro: "Tengo que estarle agradecido a ese profesor Argolo azuza a la policía contra los candomblés, a ese monstruo Argolo de Araujo. Para humillarme —y lo logró— un día me hizo ver toda mi ignorancia. Primero me dio rabia, me dejó aplanado. Después pensé: es cierto, tiene razón él, soy un analfabeto. Yo veía tas cosas, viejo, pero no las conocía, lo sabía todo, pero no sabía saber". A lo que yo agrego: Hay cosas que sabemos antes de haberlas aprendido.
Mi experiencia de campesino me ha llevado a la convicción —ciertamente comprobada— de que el hombre es plenamente hombre, es plenamente lo que es, cuando se siente en íntimo contacto con la naturaleza.
Si tiene sensibilidad y la inocencia suficiente, y a pie, o sobre un buen caballo va adentrándose en el corazón de la luz diurna o en la temblorosa noche, el hombre se siente unido a la Vía Láctea, se estremece y titila con las estrellas, se yergue como los árboles y huye y se refresca con la imaginación en las aguas del río.
No estoy configurando una dialéctica del paisaje. O sí, pues que estoy tratando de descubrir la verdad en el paisaje humano y terrestre y celeste.
Les ruego que me comprendan. Estoy diciendo lo que he vivido y lo que puede vivir quien tenga — quiero repetirlo— sensibilidad e inocencia suficientes: Inocencia, no inteligencia. Claudel descubrió que "el alma se calla cuando el Espíritu la mira". Ahíta de inteligencia la humanidad ha llegado adonde llegó. La inteligencia es seca, puede jugar con la fantasía, es cierto, pero esta también le oculta la visión de lo real no visible pero existente.
Ganivet afirmó "el horizonte está en la mirada no en la realidad". Ciertamente, es así. El horizonte no existe, pero está en la mirada. Yo en alguna medida, soy mi mirada. A tal punto, que en un momento de intensidad pura, frente a la naturaleza, en un momento de contemplación enajenada, puedo llegar a convertirme en lo mirado, a ser parte de lo mirado.
"Existen quienes lo único que ven en la naturaleza es; deformidad y ridiculez. Existen quienes apenas se dan cuenta de su existencia. Pero a los ojos del hombre imaginativo, la Naturaleza es Imaginación: "William Blake escribió estas hermosas palabras, cuando le rechazaron unos dibujos "porque eran fantasiosos e irreales". Y agregó: "Yo sé que este mundo pertenece a la Imaginación y a la Visión. En este mundo yo veo todas las cosas que pinto, pero no todos las ven de las misma manera".
Les aseguro que existen quienes se van de esta tierra sin haber mirado bien un árbol, un animal, una montaña, una flor, una piedra.
Conocemos el mundo de las apariencias. Walt Whitman se hizo la pregunta: ¿pero nos faltó conocer lo verdaderamente real? Les aseguro; a lo profundo de la realidad no se llega sino con los ojos del alma, de lo que han escuchado podrán tener una idea clara de mi manera de ver y de estar en el mundo. No encuentro nada mejor, para completar esta conversación, que leerles uh poema que es mi biografía. Lugones dijo —y dijo bien— "el pan no se hace con pan". La literatura no se hace con literatura.
Corresponde al poeta transmitir una emoción, llegar con palabras a la sensibilidad del lector —del oyente— para que éste vibre y sienta y recree íntimamente lo que si poeta sintió, milagro que —como todos los milagros— es muy difícil de alcanzar.
El poema se titula "De la mano de Dios".

De la mano de Dios conocí el mundo.
Me recuerdo niño de tres años
corriendo atrás de todos,
y llorando y riendo como todos,
en un monte con flores altísimas y azules.
(Estudié en la ciudad
mas nunca estuve en ella).
Joven ya, trabajé como peón, con pico y pala
y abrí zanjas en medio de la calle, en mi pueblo.
Huí después de una oficina
que me agostaba el alma
y trabajé en el campo.
Fui baquiano y arriero.
Conozco las serranías de mi tierra.
Sé que los ríos nacen de todo y nada
como el pensamiento,
sé curar animales por secreto,
y creo en el viento, alto y sonoro
como las iglesias
Lomo de muía y uña de caballo
me acercaron al cielo
y vi desde muy cerca
el Inclinado vuelo de las constelaciones
y escuché el canto de la Salamanca,
de copla indescifrable.
También domé caballos, aún conservo una yegua: "La Loca";
sabe obediencia que le dio mi brazo
y yo por ella sé que el hombre es hombre
cuando logra dominar ciertas fuerzas
de los oscuros reinos naturales.
(Como aprendí después que debe
vencer a la divinidad del sexo
o simplemente al cuerpo,
ese animal de Dios, esa traición del alma).
Y siempre fui feliz. En todas partes
la enorme boca de oro del sol
dijo palabras de oro que escuché con el alma
y en noches prodigiosas, cuando la Vía Láctea
como un lento animal sometido al silencio
cambia de posición,
sentí que el cielo y la montaña guardan para sí
ternura y hermosura como las de la madre.
Puede evocar mmi vida
Porque a veces encuentro en los espejos
A aquel niño asustado entre flores azules,
a ese joven que trabajó en la tierra su dimensión de amor
y se dio a ella;
al arriero borracho
que habló con su caballo como con un ángel
al hombre envejecido
que perdió la razón por la belleza.
Ahora cuido a mi padre
y voy por su presencia
como por un jardín espléndido
y me muero de amor por todo el mundo.
Por eso, estoy seguro,
de la mano de Dios vivo la vida.

Esta ha sido mi confesión. Todo me lo ha dado la tierra donde nací, la gente a cuyo lado me crié, los amigos que tal vez merecí, los maestros que tuve.
Permítanme que le de voz a mi esperanza y que me apoye en quienes con su voto me eligieron miembro de número de esta ilustre corporación, para pensar que no he equivocado mi vida. Doy más fe a la opinión de mis colegas que a mi propia opinión.
Hablábamos de predestinación. Esta es la última copla que he escrito:

"Como un animal voraz
la muerte me anda siguiendo.
Voy a entregarle mi cuerpo
y voy a seguir viviendo”.

Por Jorge Calvetti
Diario Pregón, domingo 1º de junio de 1986, San Salvador de Jujuy, pág.1 y 2

sábado, 11 de junio de 2016

PRÓRROGA PARA LA ENTREGA DE TRABAJOS 
 CONCURSO DE RELATO BREVE POR EL CENTENARIO DEL NATALICIO DE JORGE CALVETTI.
EXTENSIÓN DEL PLAZO HASTA EL 30 DE JULIO DE 2016.
 

domingo, 22 de mayo de 2016

CONCURSO DE RELATO BREVE



Concurso de Relato Breve
Conmemorativo por el Centenario del Natalicio de Jorge Calvetti.
(1916- 2016)


El presente concurso se halla propuesto como Actividad Extensión de la Cátedra de Literatura Latinoamericana I y será coordinado por los docentes a cargo de la misma, en el marco de las VI Jornadas del Norte Argentino de Estudios Literarios y Lingüísticos 2016.
Comité organizador: Dra. Herminia Terrón de Bellomo; Prof. María José Bautista; Prof. Ana Gabriela Angulo; Prof. Yanina Romero.

Fundamentación:

El certamen tiene como fin primordial incentivar la reflexión y la evocación sobre la vida y obra del celebrado autor jujeño. Se persigue, además, impulsar un espacio creativo que fomente en los estudiantes el entusiasmo por la producción literaria, así como el conocimiento sobre la obra de Jorge Calvetti, a cien años de su nacimiento.
Finalmente, se pretende configurar un ámbito de participación e inclusión diferente dentro de las Jornadas del Norte Argentino de Estudios Literarios y Lingüísticos.

Objetivos:
Generales
- Promover el desarrollo de las capacidades creativas en la producción de textos literarios en los alumnos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.
Específicos
- Dar a conocer la figura del celebrado escritor Jujeño, Jorge Calvetti.
- Valorizar e investigar la obra literaria del autor maimareño.
- Propiciar un ambiente para el desarrollo de talentos literarios en el ámbito estudiantil.
- Desarrollar la sana competencia y el desenvolvimiento entre los alumnos(as) participantes.

Participantes:

Podrán participar en este concurso  los alumnos que se hallen inscriptos actualmente en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.
Se admitirán a todos los alumnos que pertenezcan a las distintas carreras de esta Institución. No se contemplan límites de edad.
Las obras recibidas no serán devueltas. Y, las que no resulten ganadoras serán eliminadas y destruidos los archivos o soportes de guardado.

Inscripción y envío de las obras:

Se podrán enviar los trabajos hasta las 12 hs. del 15 de Julio de 2016 a la casilla de correo electrónico concursocalvetti@gmail.com.
Los mismos deberán ser adjuntados en el email en formato Microsoft Word  o PDF.
El archivo correspondiente a la obra deberá estar identificados con el seudónimo del autor acompañado con el número uno (Ejemplo de nombre de archivo: SEUDÓNIMO1.docx) En el mismo mail se adjuntará otro archivo Word o PDF en el que consten los datos personales del autor y el mismo será identificado con el mismo seudónimo acompañado del número dos (Ejemplo de nombre de archivo: SEUDÓNIMO2.doxc). Allí se consignará los siguientes datos: Seudónimo, Apellido y Nombre del escritor, DNI, Fecha de nacimiento, Dirección postal, Teléfono fijo o Celular, Email y Título de la obra enviada.
El jurado recibirá el archivo identificado con el número uno (1) y el archivo con el número dos (2) será reservado por los organizadores hasta el momento previo a la premiación. Los ganadores serán informados a través del Email que consignaron en la hoja de datos personales. Sus nombres también se publicarán en el blog de la cátedra: http://latinoamericana1fhycs.blogspot.com.ar/ unos días antes de la premiación, que se realizará en el marco de las VI Jornadas de Estudios Literarios del Norte Argentino, los días 14,15 y 16 de septiembre de 2016. (La fecha, hora y lugar de la premiación se incluirá en el programa del evento)
El envío de la obra a esta dirección electrónica implica la completa e indiscutible aceptación de las bases de este concurso.

Consideraciones específicas:

Género: Relato breve.
Categoría: ficción.
Características: Adjunto a estas bases se presentará un texto motivador sobre la vida y obra de Jorge Calvetti, que deberá ser tenido en cuenta por los participantes para la elaboración del escrito. El mismo no podrá exceder las 1000 palabras en hoja A4, con letra Times New Roman 12, interlineado 1,5. Los márgenes en su totalidad serán de 2,5. Cada participante podrá enviar sólo una producción personal e inédita.
Tema:

El tema deberá ser una ficción basada o relacionada con el texto motivador que acompaña estas bases. El mismo se denomina “Discurso en la Academia Argentina de Letras” y se halla incluido en Jorge Calvetti, (2006) Obras completas, Ed. Cuadernos del Duende. pág. 329 a 342. De la lectura de esta conferencia se podrá seleccionar un aspecto de su vida, un fragmento, una anécdota o una reflexión teórica del autor que influya u origine la escritura del texto a presentar.

Jurado:

Los trabajos serán puestos a consideración de un jurado integrado por personas cuya relevancia intelectual y ética sea incuestionable. Su dictamen será inapelable. El mismo será notificado el día 30 de agosto de 2016.
1.      Un Doctora en Letras: Patricia Calvelo.
2.      Un escritor de la provincia: Dra. Flora Guzmán.
3.      Un representante de la Secretaría de Cultura de la Provincia: Director Sr. Alejandro Aldana

Criterios de evaluación

El jurado tomará en cuenta los siguientes criterios de evaluación para todas obras presentadas:

-          El título debe ser breve y atractivo para el lector.
-          El texto deberá:
·         Evidenciar el buen desarrollo de las ideas, su relevancia y pertinencia respecto a la temática.
·         Mostrar la riqueza y variedad de vocabulario, su uso objetivo y en contexto.
·         Demostrar creatividad y originalidad.
·         Aplicar correctamente las convenciones del lenguaje: gramática y ortografía.

No serán admitidas las siguientes obras:

·         Plagios o copias de obras de otro autor aunque sea en forma parcial.
·         Las que se presenten una vez vencido el plazo de entrega conforme al cronograma establecido.
·         Las obras de alumnos con algún grado de parentesco con miembros del jurado.
·         Los relatos que hayan sido premiados en otros certámenes.
·         Los trabajos que no cumplan con la extensión u omita uno de los requisitos aquí detallados, quedarán automáticamente descalificados.
·         Los trabajos no deben contar con faltas de ortografía. El jurado podrá decidir sobre la no evaluación del texto en el caso de contar con errores ortográficos.

Premios:

Se entregarán 3 premios:
1°- Premio: Placa o grabado de Primer Lugar, diploma y Libro Obsequio.
2° Premio: Diploma y Libro Obsequio.
3° Premio: Diploma y Libro Obsequio.
En caso de ser solicitado por el jurado se otorgarán menciones de honor.
Los ganadores recogerán su premio personalmente el día establecido en el programa de las VI Jornadas del Norte Argentino de Estudios Literarios y Lingüísticos. FH N° D-098/16 (14,15 y 16 de septiembre de 2016).

No se mantendrá correspondencia alguna con los concursantes.
La participación en el certamen supone la plena aceptación de estas bases.-

COMISIÓN ORGANIZADORA